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LA CHARCA

Me enjaboné las manos en la luna
brillante de la charca.
Tomé un poco de luz,
salpiqué mi rostro con reflejos
y así me fui a saber si me querías.
Pero tú me encontraste
cabeza de cocuyo,
payaso lumínico
cosa de risa y no de amor.
Entonces regresé por donde vine
y al encontrar la charca
comprendí que era de fango
y guajacones.

Hoy el único brillo
que recuerdan sus aguas
fue el espumoso orín
con que obsequié
a la asesina de mis sueños.

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