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TU MIRADA ME ESPANTA

Tu soledad me abriga la garganta
y tu silencio me anda en los bolsillos.
Tu mirada me espanta.

Yo he sido un hombre que ha conocido gentes silenciosas, que ha tenido otras noches y mujeres. Hombre dormido al pie de sus palabras, en espera de ese algún día que viene de puntillas dentro de veinte años, que no viene, o que puede rodarnos muchas veces por entre las falanges, sin dejarse tocar.


Yo he sido un hombre ciudadano, cenizo como el cielo de los noviembres lúgubres, o claro como tu sonrisa de voz de pájaro. Hombre que ha podido tener buenos encuentros, aunque el nuestro se llene de distancias en sus primeras horas. Hombre de manos nerviosas como los caminos del pensamiento.


Yo he sido un hombre que ha esperado estos asuntos para hablar de lo deshabitadas que lucen las playas nocturnas, que siguen rodando en sus arenas cuando no quedan cuerpos que abrazar, cuando el sol ya no puede morder porque sigue su fuga y su almanaque.


Yo he sido un hombre como todo esto y ahora te escribo mi identificación para mañana, aunque tu presencia resbale entre mis dedos, para fundirse a todo el polvo que se ha estrellado entre mis pies. Yo he sido un hombre que no tiene otra palabra que decir que la más vieja búsqueda, regreso, compañía, esperanza —esperanza, señores, esperanza—. Con lo simple que suena la esperanza.


Yo he sido un hombre que no tiene otra cosa que decir, porque los lugares de mi cuerpo en que existían las leyendas los cuelgo de las ramas para tocarte las mejillas y besar tus ojos inteligentes. Yo soy un hombre todavía como esto, a pesar de las preguntas sin brillo que merodean mis pupilas. Yo soy un hombre como soy todavía, a pesar de haber sido desmantelado por los embates de la gloria leprosa que me sigue, y por todas las noches que han venido, que vienen y vendrán, esperando por tu profético silencio (mmmm) por tu profético silencio…

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